El español logra su segundo Grand Slam, primero en Londres, con una obra maestra de tenis y contención mental con la que tumba al serbio en cuatro horas y 46 minutos

Consigue Carlos Alcaraz parar el rumbo del planeta tenis y darle la vuelta. Comienza la era en la que él es el líder. Sin discusión, el mejor del hoy. Tumba a Novak Djokovic, en su jardín, en su apogeo, con su hambre, con una obra maestra de tenis, contención y fuerza mental de cuatro horas y 46 minutos. Las mejores armas que tiene el serbio, pero en manos de un chaval de 20 años que cambia el rumbo del tenis.

Son dos tenis, dos épocas que confluyen en esta final. Como aquel partido entre Nadal y Federer, mitad pista de tierra, mitad pista de hierba; este Alcaraz-Djokovic es mitad juego en blanco y negro, mitad en 8k. Se presencia en directo que la historia de este deporte hace un reseteo. Ha dado la vuelta completa y comienza otro deporte.

Uno que lidera Carlos Alcaraz, con diferencia, el mejor jugador del hoy del mañana, pues tumba al ayer que simboliza un Novak Djokovic atrapado en esa única debilidad que ha tenido siempre: hacerle ver al rival que está enfadado, con la grada o consigo mismo, o con ambos en esta final de Wimbledon.

Como en París, siete minutos de primer juego. La pausa y la energía. Los paseos lentos hacia el banco y hacia la pelota del serbio; las zancadas y los bríos del español. Forma de gestionar la presión y los nervios uno y otro porque hay en las dos direcciones por motivos distintos. Un resbalón del serbio, un buen resto del español y es una bola de break en contra que Djokovic cierra con un buen saque.

Lo dicho, dos épocas, la mesura y la adrenalina. No habrá calambres esta vez en el español, que aprende con una velocidad vertiginosa y ya no atiende al vértigo de una primera final de Wimbledon, segunda en total, ni aunque esté Djokovic al otro lado. Pero sí entiende que en esta pista, Djokovic es mucho más.

Tiene prisa Alcaraz, no está acostumbrado a la espera, el número 1 más joven. Con ella se ha lanzado hacia la conquista del tenis y se lanza en la final. Está la derecha con la que sorprende a Djokovic en algunos instantes; o el revés, con el que suma muy buenos restos. Pero hay alguna precipitación de más y una barrera infranqueable al otro lado.

Ha aprendido el español a ser agresivo y valiente en los momentos importantes, con bolas de break a favor y en contra, pero todavía Djokovic está a una buena distancia en ese aspecto. Si uno muerde, el otro devora. Y es una opción de break que no aprovecha Alcaraz en el primer juego y son seis en los siguientes. Como un remolino, Djokovic engulle al español.

Juega dos partidos Djokovic, contra Alcaraz y contra el público, que no esconde su predilección por el español. Y ahí se maneja bien, aunque deje también espacio para las locuras, una de sus poquísimas debilidades. Por eso su aplauso ante el aplauso por un punto de Alcaraz lo saca de la rutina, de esa estrategia que tan bien llevada a término fue en el primer set. Cede ante una bola de break, y contra un Alcaraz que, por fin suelta la mano. Que no hay calambres, pero sí nervios, agarrotado y sin poder sacar su juego por imposición propia aunque inconsciente, por decisión de Djokovic totalmente consciente.

Con ese break, el Alcaraz que quería ser: alegre, sonriente, vivo. Un puño en alto cuando consigue un gran punto, un vamos para animarse. Empieza su show y por un instante consigue que el partido vaya a su favor, que Djokovic caiga en su trampa. Se olvida el serbio de su estrategia de machacar el revés del español y se concede un par de dejadas que hacen las delicias del público y de Alcaraz, que llega y responde mejor.

Como decía Mats Wilander a este periódico, la única debilidad de Djokovic son esas guerras paralelas con el público, que también tiene ahora, en estos momentos de más tensión. Aplaude de nuevo a la grada tras un gran punto, y se lleva la mano a la oreja. Ahí sabe Alcaraz que está dentro de la cabeza de serbio, que lo está incomodando, y aprieta fuerte con la derecha (a más de 150 kilómetros por hora algunas de ellas). Suelto, hay batalla de tenis por fin, alarga los puntos, todo lo que no quiere Djokovic, que inicia su propio monólogo con su palco.

Se agarra el español a esa batalla en las piernas que espera ganar por DNI, que son 16 años y mil partidos menos que el serbio. No conoce tan bien la pista, pero se aferra con aplomo. Hay por fin saques directos y cierta contundencia, se empieza a creer y a crecer, con apuros, pero con fe en sí mismo para levantar las opciones de rotura y seguir ahí, delante en el marcador. Hasta asegurar el tie break.

Tie break

Ahí, donde hasta el momento se había mostrado intratable el serbio, 15 tie breaks consecutivos, es donde Alcaraz da el paso del sorpaso. Con sufrimiento, con voleas estupendas, con una bola de set en contra, con un resto descomunal, ese golpe donde tanto había fallado en el resto del set. Eso, como decía Wilander, no era solo un partido de tenis, era una batalla mental. Y Alcaraz pasa de los calambres a inclinar a Djokovic, el maestro de la presión, en su terreno de los tie break.

Es el serbio quien se enreda en un aviso por pasarse del tiempo, y ahí entra Alcaraz, que levanta una bola de set con estilo propio, valentía, descaro y consigue la suya propia que confirma con un resto de revés. Del tirón, tumba una de las mejores armas del serbio, aviso, del tirón, se lleva el segundo set, otro aviso; del tirón, manda a Djokovic a ese agujero en el que suele meterse cuando la guerra extradeportiva engulle a la deportiva.

Son 26 minutos en el cuarto juego del tercer set. Alcaraz, el más Alcaraz del partido, se lanza hacia la red, despeja los ataques con contraataques más finos, derechas más fuertes, reveses paralelos con los que pilla una y otra vez al serbio, 48 golpes ganadores y todos los puntos que no había retenido al resto ahora son para él. Y es un 6-1 para alegría de la grada, con invitados como el rey Felipe, Brad Pitt y Daniel Craig, que se levanta ante este aparente cambio de era en el torneo de la tradición.

Queda un mundo, pero está preparado este Alcaraz, para todo: para la adrenalina que recorre su cuerpo y para la resurrección del serbio, que siempre ocurre cuando parece que está vencido. Rejuvenece en su paso por el vestuario y se mueve mejor, más suelto, más firme, más primer set. No abruma tanto, pero sí en el momento justo, al noveno juego, una bola de más que saca de la chistera para mandar besos a la grada y el partido al quinto parcial.

Ni con esas se altera el español, que en lugar de tener 20 años parece que ya tiene 30 y que lleva toda la vida sobre la hierba. En realidad, son solo 17 partidos, 13 en Wimbledon, de los que la mitad son en estas dos semanas. Pero no hay calambres en las piernas, a pesar de un susto por una caída, ni mucho menos en la cabeza, que está bien despierta y preparada para esos momentos. También para jugar en el alambre.

Djokovic muerde una bola de break en el tercer juego del quinto set, pero es Alcaraz quien lo devora en el siguiente. En el marcador, en el tenis y en la mente, pues hay aviso al serbio por romper la raqueta en el palo de la red. Con todo a favor, títulos, finales, experiencia y trucos en esta pista que es su casa, así se pierde Djokovic, en su única debilidad.

No tiembla Alcaraz ni en la bola de partido, que concluye a lo Alcaraz: valiente, derecha, a la red. Campeón de Wimbledon, ante el todopoderoso Djokovic. Empieza la era Alcaraz. Y a ver quién lo frena.